Clásica entre las clásicas la ruta de hoy del Burgo a la
Fuentona. Cita indispensable en el calendario anual, cuya distancia, dificultad
y previsión meteorológica nos obliga a adelantar media hora el despertador
sobre el horario habitual. En la espera, los saludos de rigor y sobre todo
felicitaciones al presi, hoy es su cumpleaños: 40 y todos veranos, ni más ni
menos, ahí es nada… y siempre va de los primeros.
Sólo un pequeño grupo de 9 salimos de la plaza de la
catedral. Primera dificultad, atravesar los 18 km del cortafuegos que
completamos entre toboganes de grava y arena y, al final del mismo, algo más
amable, se abre camino del monte hasta bajar a la pista que, tomada a la
derecha, nos llevará casi derechos a nuestro destino.
En el cruce de la senda por donde bajamos el año pasado, la
lógica desconfianza en nuestras ya maltrechas memorias, nos sumerge en un mar
de dudas, por lo que decidimos tomarla de ida en lugar de volver por ella. No
quedan ya, amigos, lugares en el mundo donde el ser humano no haya plantado la
rueda de su mountain bike; a pesar de lo angosto del casi inapreciable sendero
que la vegetación hace intuir más que mostrar, nos encontramos con un trío de
bikers que, GPS en mano, buscan continuar su ruta hacia Ucero. Que si pacá, que
sí palla… venga, que de pronto hacemos tarde… vamos, que no sabemos… hasta
luego.
Llegamos a la Fuentona no sin antes repostar líquido
elemento en la fuente, y desde lo alto, mientras disfrutamos de la cristalina
belleza del lugar y damos buena cuenta de las viandas que nos acompañan, la
naturaleza nos sorprende regalándonos un momento único que permanecerá en
nuestras memorias durante largo tiempo: una ballena enana, confundida por
alguno por un delfín, emerge de las cristalinas aguas para saludarnos con un
majestuoso salto dejándonos boquiabiertos.
Foto desde abajo y a ver si nos vamos conociendo ya
disfrazados y no nos confundimos con otros…
Toca ya desandar el polvoriento camino variando la dirección
para evitar atravesar de nuevo el cortafuegos, a cuya falda nos espera la
Veguilla con sus alegres “cantos” y sus pobladas gravas que aferran nuestros
neumáticos al piso y, de vez en cuando, nos deslizan por la superficie
exigiendo un buen control de cadera para enderezar la bici. De Malaga a Malagón,
y es que aquí se viene a lo que se viene, si no, seríamos futbolistas.
Con el viento en contra, la frente marchita y las piernas
llorando, agonizan nuestras fuerzas culminando la jornada con la subida al
Caño.
En Casa Engracia, tomamos el relevo del merecido almuerzo a
nuestros compañeros y amigos Hermanos Mayores del Verano Azul, que recién
acaban de reponer sus fuerzas.
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