La ruta de hoy, con la subida a
Costalago y el recorrido del Cañón del Rio Lobos desde Hontoria del Pinar hasta
Ucero, es otra de las típicas del club que realizamos cada año a finales de
junio o principios de julio y a la que siempre se apunta un número importante
de componentes.
Madrugamos un poco más de lo
habitual para tener margen por si se produce algún incidente durante la ruta
pero una confusión en el horario y un pequeño contratiempo automovilístico hacen
que comencemos a rodar algo más tarde de lo previsto.
Los primeros kilómetros son por
asfalto, terreno rompepiernas con mucho tobogán y en el que, como siempre, unos
intentan avivar el ritmo mientras otros se lo toman de manera más calmada
reservando para lo que está por venir. Paso por Nafría y Santa María de las
Hoyas antes de abandonar la carretera y comenzar a pedalear por caminos y
pistas en dirección a la subida a Costalago. Al llegar a la gran pradera que da
inicio a la ascensión el grupo está roto y por delante tenemos casi cuatro
kilómetros de duras rampas realizadas en dos tramos. El primero hasta el
mirador donde nos damos un respiro y nos reagrupamos y el segundo hasta subir a
Cabeza del Aro para inmediatamente después comenzar el descenso vertiginoso que
nos lleva a Hontoria del Pinar y donde aprovechamos para llenar los botes y
comer algo.
Hasta aquí la parte de la ruta
más parecida a lo habitual por asfalto, caminos y pistas en buen estado. Desde
este punto nos metemos de lleno a recorrer el Cañón y transitar por terreno muy
distinto al acostumbrado y muy duro para las bicicletas, caminos estrechos,
mucha piedra afilada, árboles que en ocasiones dejan pasar muy justo el manillar
y unas cuantas partes en las que hay que poner pie a tierra para cruzar el río o
pasar por zonas no ciclables. Terreno que a algunos les encanta y a otros se
les hace muy pesado física y psicológicamente.
Llegar a la Ermita sin que se
haya producido ninguna caída ni pinchazo nos llena de alegría, y satisfacción,
porque desde aquí el recorrido es mucho más tranquilo y de sobra conocido por
todos. Los últimos kilómetros hasta llegar al punto final son propicios para
bajar piñones y comprobar las fuerzas que todavía nos quedan.
Antes de volver reservamos unos
minutos para sentarnos en las mesas junto al río y sacar los bidones “mágicos”
de bebida y algo de aperitivo mientras comentamos la jornada. Algunos de los
que hacían el Cañón por primera vez llegan con la idea de no volver pero seguro
que con el paso de los días van cambiando de opinión porque esta ruta engancha
y una vez al año no hace daño (si no te caes, claro).