LA CUEVA DEL GATO sin botas
Y volvimos a la Cueva del Gato. Para unos pesadilla, para otros desafío y
para todo el grupo una buena jornada de bici de montaña. Esta vez la cosa
estaba más complicada si cabe pues las últimas lluvias han machacado el pequeño
sendero de subida por el Barranco de Lobos, así se llama la pistita, abriendo
dos surcos a cada lado y dejando una delgada línea de tierra para subir con la
bici. Luego lo de costumbre: piedras sueltas que no dejan agarrar bien las
ruedas y una subidita que va picando y picando. Al final del barranco, antes de
enlazar con la senda de las Gullurías, 200 m. de subida solo apta para unos
cuantos máquinas del grupo, el resto echamos pie a tierra o nos descabalgaba “la
burra” sin miramientos.
Y queda la bajadita hasta el Lobos. Alguno echaba humo de los frenos de
disco y la mayoría llevábamos las manos agarrotadas de tanta tensión. Siempre había
algún kamikaze, tipo Carlos, que nos adelantaba sin contemplaciones.
Luego atravesamos el río y las caras de satisfacción eran generales. Una
vez más habíamos sobrevivido a la Cueva del Gato, esta vez solo un pinchazo que
además nos permitió aprender a inflar la rueda pinchada de una forma muy, muy
peculiar. No apta para menores.
Después a disfrutar. A la altura de la Galiana bajamos al sendero que tras
cruzar el río Chico, sube por una preciosa ladera hasta la falda del castillo
de Ucero. Y desde aquí a por las cañitas y los torreznos a toda pastilla por la pista. Ah! Cantamos el
cumpleaños feliz a Juan Carlos.
A todo esto, ¿alguien ha visto alguna vez la puñetera Cueva del Gato? N.O.
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